Se impone recuperar una visión más global del urbanismo sostenible; recuperar el urbanismo social, ahora que la desigualdad de nuestro mundo global se agudiza en las ciudades. Y el horizonte hacia el que dirigir la renovación del pensamiento y la acción urbanística no puede ser otro que el de los derechos humanos; el de las garantías de dignidad y felicidad con ellos relacionadas. Pues no puede existir armonía ciudadana, mejoras medioambientales ni una adecuada adaptación a las nuevas tecnologías sin ese mayor respeto (menos complaciente) a los derechos humanos de todas las personas: de las que están, de las que llegan a la ciudad.