Al lector, incluso al más avisado, le habrá llamado la atención que de determinadas obras de Ramón Gaya se haya hecho, en el transcurrir del tiempo, más de una edición distinta, cada una diferente siempre en algo de la anterior. Eso se debe a que la obra de Ramón Gaya, y no sólo la literaria, es una obra que busca la claridad más neta para hacernos comprender su principio, su núcleo de origen, la concavidad que alberga el hueso en cada fruto, y para llegar a eso tiene que mondar y rebanar, ir descarnando para quedarse en el esqueleto. Le molestan las adherencias, apunta a la esencia, de ahí que su escritura esté plagada de matices jamás superfluos; trazos seguros, firmes y escuetos que van perfilando aquello que realmente necesita decir, no le queda más remedio que decir. Pues bien, a la hora de estructurar estos tomos de su Obra completa , Ramón Gaya ha procedido del mismo modo con que interviene siempre que se trata de su obra, intentando esta vez, eso sí, darle un carácter ya definitivo.