Fuera de Quicio es una novela a la que hay que aproximarse con cautela porque en su interior no se respeta ninguna limitación de velocidad, se circula por los arcenes, se adelanta sin marcar y nadie hace caso de las señales de stop ni de los pasos de cebra. Sergio Plou , su autor, la iba a llamar Jarabe de Palo. Pero el éxito impetuoso del Depende de Pau Donés le llevó a rebautizarla como Fuera de Quicio . Si uno era bueno, éste me parece todavía mejor. La novela se estructura alrededor de cuatro frenéticos capítulos que coinciden con cuatro días de infarto para gabriel Roda, periodista, narrador y protagonista de sus desdichas. Comienzan un viernes 30 cuando la pelirroja Cynthia, una conductora de autobús que es su mujer, decide que tienen que cambiar de piso. Un traslado que llevarán a cabo el sábado 1 —lo que indica que es un mes de treinta días y probablemente junio o septiembre dado que se montan en un taxi que lleva ventilador— y lo que podría ser sólo una molestia acaba transformándose en un pandemonium donde se mezclan viudas libidinosas, cofrades de la Hermandad de la Sangre, canciones de El Niño Gusano, fracturas y bofetadas, rifas, sectas y timos piramidales. Todo en un siniestro edificio —El Imán—, situado en el extrarradio, en un lugar donde “las industrias despliegan banderas de humo y las viviendas se visten de hollín”. Ese edificio hace de polo magnético que atrae la miseria moral y la estupidez de este fin de siglo.
