Durante la década de los años 90 la desesperanza tomó forma generacional. La denominada Generación X debiera suponer un síntoma suficientemente evidente como para provocar un revulsivo que nos disponga a cuestionar críticamente el momento presente; sin embargo, no sólo han escaseado los gestos críticos consistentes, sino que se ha apoderado progresivamente la sensación de que la falta de alternativas y la desidia de la Generación X eran circunstancias consustanciales al momento y a la propia naturaleza de la adolescencia.