Giros de viento o bien, ráfagas de pequeños corpúsculos acerados hacia la muerte, desviaron nuestro destino. Somos, desde hace dos años, extranjeros a todo. Iremos perdiendo con el paso de los días la calidez de nuestra mirada, aquel calor, ardiente en nuestros ojos, cuando vivíamos en una tierra, cuyos olores enplena primavera, olían, el olor de nuestro cuerpo. Eramos, antes de la catástrofe, antes del estallido en mil fragmentos, personas normales. Médicos, amantes de la libertad. Escritores, amantes de la libertad. En fin, en general éramos, sórdidos amantes de la libertad. Señoras y señores, Padres e hijos de familia y teníamos, un porvenir segurado. Un poco de locura, nos decíamos, a nadie le hace mal. Y nos encerrábamos en grandes alcobas solitarias, para decirnos, que la locura era contagiosa y nos reíamos y buscábamos el sol, entre las piernas de nuestras mujeres y éramos felices. Y mientras éramos felices nos dimos cuenta que buscar el sol, era, para encontrarse empecinadamente con la noche. Amar el sol, era también amar, la terquedad de su dialéctica.
