El territorio gallego y sus habitantes siempre han estado asociados en el resto de la Península a numerosos tópicos, más o menos hasta hace unos decenios, estaba el aislamiento. Fácil es comprobar cómo cualquier entrada a Galicia se realiza por tierras escabrosas, por lo general montañas viejas y escarpadas que geográficamente han mantenido este país apartado desde siempre. Es entre esta región y la provincia de León donde tal frontera natural se muestra más patente. Desde la depresión del río Sil hasta la del Navia, el primero leonés en su origen y el segundo asturiano en su destino, se elevan las montañas de Courel al sur y Ancares al norte, tierras vecinas que forman parte de las últimas estribaciones de la Cordillera Cantábrica, pero muy diferentes entre sí, tanto desde el punto de vista orográfico y geológico y sobre todo etnográfico. O Courel tiende a ser la montaña más desconocida para los profanos, y por ello siempre sorprende al viajero. Incluida en el registro de espacios de interés natural de la Xunta de Galicia con 21.020 ha, muchas menos de las reales, no cuenta sin embargo con ninguna figura de protección oficial y reconocida por ley, siendo junto a los vecinos Ancares la asignatura eternamente pendiente del conservacionismo gallego. Las montañas más altas de Courel rondan los 1.600 m, y configuran un territorio pequeño pero de enormes pendientes, que viven en torno al río Lor, uno de los cauces más hermosos del nordeste peninsular.
