VIEJAS PELÍCULAS Cuando tenía quince años, en un cine de Torquay, Bogart y Bacall me desvelaron el súbito destello de la sexualidad: la chispa electrizante de su gran aventura valía más que toda una vida tranquila. Mis padres se quedaron perplejos. Años después, en Leicester, lloré bajo la lluvia de un cementerio y recordé su serena alegría. Ahora lo entiendo: no es sexo lo que ansiamos, sino amor.