Afirma el narrador principal de esta historia «que publicar pensamientos o novelas tiene algo de banal, es inferior a escribirlos, y que escribirlos también es inferior a pensarlos. Que escribir y publicar son actos de reciclaje respecto a pensar e imaginar: algo que se hace con fines distintos y cuyo resultado también es distinto, más gris y menos fino», y tal vez a esa convicción se deba que César Martín Ortiz (1958-2010) no tuviera inconveniente en dedicar ocho años, entre 1995 y 2003, a la redacción de De corazones y cerebros (como dedicó los años siguientes, entre 2003 y 2010, a otras dos grandes novelas: Necrosfera y A sus negras entrañas) y que no pusiera empeño posterior alguno en procurar que los buenos lectores tuvieran conocimiento de la existencia de Manuel Medina, un profesor de dibujo que entrega la primera mitad de su vida a un «idilio amoroso y pedagógico» (amoroso por Casandra y pedagógico por un colegio que en realidad es «una utopía, una república, una comunidad de personas libres, un lugar donde encontrarse a salvo de la mala gente, una idea de la humanidad»), y que a los treinta y cinco años, en la segunda mitad, se recluye en una tienda de marquetería de un pueblo anónimo para sobrevivir al fracaso de ese doble idilio
