Sucede con muchos hombres de las artes. La persona, su carisma, su vida, el nombre en definitiva llegan a hacer sombra a su obra. Nace el personaje, y todos quieren llevarse algo de él. La imagen del Hemingway sanferminero, amante de la fiesta, apasionado del mundo del toro, no es más que una de las tantas que el estadounidense nos dejó. Hay muchas más. Todas, sin excepción, responden a un pedazo de su vida y a un principio de leyenda. El Hemingway republicano, el espía, el borracho, el genial escritor, el cazador, el invitado de Rooselvet, el premio Nobel, el corresponsal de guerra conmovido por el bombardeo de Gernika, el amigo de los vascos en Cuba, el mujeriego, el liviano, el pelotazale, el devoto de la Virgen del Cobre todos pasean por estas páginas de la mano de los más variopintos cicerones. El autor no ha querido sumarse a esta larga lista de historias sobre el polémico y críptico Hemingway, simplemente, mediante un extensísimo trabajo documental y de investigación, nos muestra que la muerte no tiene por qué significar el final de un escritor, que muchas veces los personajes de leyenda están al servicio de los intereses que les sobreviven, que los recuperan, los reinventan y los suben a su carro sin que la verdad sea nunca un obstáculo para ello.