Es este el primer libro póstumo en castellano de Roberto Harari, y en él se muestran los efectos de un pensamiento inquieto, inquisidor, permanentemente propulsado hacia nuevas búsquedas y guiado, sin pausa, por su férrea intensión novadora. Lector incansable, sostenido por su rigurosa concepción de las extensiones del psicoanálisis, Harari no se privó de nutrir sus propuestas con las letras de autores provenientes de distintos campos y disciplinas, como la literatura, el arte o la ciencia. La fecundidad de este proceder se hace ostensible desde las primeras páginas de este texto con su evocación de Samuel Beckett, de cuyas citas se sirve para articular la caología del cuerpo a lo que llamó nuestro psicoanálisis, continuando el trabajo de varios años en torno a una noción que lleva -y en la que suena- el cuño de su invención: el Realenguaje.