La arquitectura ha sido uno de los índices culturales más optimistas de Portugal en las últimas décadas del siglo pasado, y se mantiene como uno de los signos más esperanzadores de su futuro. La irrupción en el panorama luso de Álvaro Siza y su descubrimiento por la crítica extranjera acabó induciendo una convención que se ha mantenido hasta ahora de plantear la producción arquitectónica del país atlántico polarizada entre la lírica de la llamada ‘Escuela de Oporto’ y el pragmatismo profesional de Lisboa. Pero la escena portuguesa de los años recientes ya no puede entenderse a partir de este binomio: la apertura de la sociedad en general y de los arquitectos en particular -a través de la creación de nuevas escuelas, del intercambio académico con el exterior y de la proliferación de revistas- ha inducido una ampliación de los parámetros de referencia que no excluye la tradición propia.