Solo cabe decir que mi peripecia vital es irrelevante, además de lastimosa y lacerante. Tan ávido en acumular despropósitos como codicio en el error, gustosamente hubiese desertado de mí mismo pero me lo impiden mis acreedores, empeñados en hacerme trabajar hasta saldar las deudas que me procura el malhadado azar. Hago mi camino con plomo en los pies, serrín en la cabeza y herrumbre en el corazón. Soy uno de los tipos más estúpidos que conozco, el más imbécil sin duda de los que he tratado a fondo aunque el reconocerlo aminore quizás mi estulticia, como queda disminuida la cobardía ahogada por la risa cuando el pusilánime enseña sus calzoncillos estampados de caguerilla. El úfanico acontecimiento digno de ser contado de mi inexistencia vital, que no recuerde nítidamente, es que nací un veintinueve de agosto y que aquel día no nevaba.