Hay mil maneras de narrar una historia.Hoy día, en el mundillo de los superhéroes, se impone un comienzo espectacular. Al lector se le deslumbra, y no se le suelta hasta conseguir que se quede sin aliento: armamento high-tec, cabezas que explotan, diálogos secos y lapidarias, vísceras que se desparraman, fraseología paramilitar, miembros que saltan por los aires, gritos de agonía mezclados con insultos despreciativos, sangre que lo empapa todo... gore puro. Cuando el lector consigue recoger su mandíbula del suelo ya es demasiado tarde, ya está enganchado. Sabe qué ha pasado y cómo, pero no por qué. Muchas veces, ni siquiera se le explica qué terrible impulso mueve a los personajes, ni el motivo de tal maremágnum, Sólo se le pide su fidelidad prometiendo que su curiosidad se verá saciada, que todo tiene una explicación... y normalmente se consigue. Ventas aseguradas.Es un truco legal y aceptable. Y si tiene una base suficiente, si está bien utilizado, no hay nada que objetar. El problema llega cuando el misterio, la intriga que subyace tras tanto espectacularidad, no sólo es una incógnita para el lector, sine también para el propio guionista, cuando sólo es una cortina de humo que esconde la más absoluta vaciedad.Aunque siempre existe el recurso de intentar mantenerla hasta el infinito: cuando la historia amenace con llegar a un punto muerto, cuando el lector ya no sienta ese calorcillo interior, esa curiosidad más o menos malsana y empiece a quejarse de que quiere respuestas, sólo hay que sacar del sombrero un nuevo fuego de artificio y se repite el ciclo.Suele funcionar.
