Al estallar la guerra del Paraguay, el entonces célebre diario La Tribuna, fundado por los hijos de Florencio Varela, se propuso ser uno de los mejor informados, tan próximo a los combatientes como a sus familiares que aguardaban con avidez las noticias del frente de batalla. Para ello, la hoja porteña recurrió a jefes y oficiales que, valiéndose de seudónimos que los preservaban de sanciones disciplinarias, enviaban sus crónicas con puntualidad entusiasta. Posiblemente, muy pocos de los que tomaron la pluma en las frías mañanas, los calurosos días y las sobrecogedoras noches a bordo del desvencijado buque insignia de la casi inexistente escuadra argentina o en las precarias carpas provistas por la comisaría de guerra, pensaron que sus correspondencias, escritas sin demasiadas preocupaciones estilísticas, podrían servir como testimonios de la lucha en la que participaban. Aparte de matar el agobiante tedio de los campamentos -excepción hecha de los momentos en que escribían en medio del fragor de las batallas-, sólo les interesaba acercar la guerra a los que habían quedado en Buenos Aires y en las principales ciudades argentinas, reclamar para que se corrigieran situaciones que consideraban injustas, dar a conocer los hechos heroicos pero también las miserias de los que se desentendían del dolor y las necesidades de los combatientes y llamar la atención de las novias y las bellas a las que pretendían y por las que suspiraban, contemplando sus retratos a la luz del candil. Muchos años después de esa cruenta lucha que enfrentó a cuatro pueblos hermanos, Miguel Ángel De Marco, destacado historiador y reconocido especialista en el tema, exhuma de las amarillentas páginas del diario los vívidos relatos de quienes manejaban con tanta habilidad la palabra como la espada, y los pone al alcance del lector interesado por conocer esas dramáticas páginas del ayer.
