En abril de 1945, el cerco sobre Berlín estaba casi cerrado. El ejército soviético, en una ofensiva aplastante e ininterrumpida, había cruzado media Europa para llegar al corazón del agonizante Tercer Reich. En el oeste, los ejércitos de los aliados avanzaban más lentamente, pero de forma inexorable. En el búnker de la Cancillería, Hitler y su corte se encerraron a la espera del hundimiento, mientras en las calles se amontonaban los deshechos de un infierno: cuerpos inertes o agonizantes, edificios incendiados o semiderrumbidos, la tensa espera ante la inminente llegada de los soviéticos