Los últimos años del siglo que acabamos de despedir se han caracterizado, entre otros aspectos, por una creciente preocupación social por la preservación del medio ambiente. Ya no se trata de conservar únicamente unos recursos naturales que garanticen una explotación o desarrollo sostenible, sino de mantener unos procesos naturales de componentes biológicos y abióticos interrelacionados mediante complejos sistemas, en muchos casos aún por descubrir o interpretar, y que van a garantizar una calidad ecológica futura de nuestro planeta. A nuestra modesta escala regional o autonómica, se nos presenta el reto de preservar las escasas, pero aún existentes, representaciones de ciertos ecosistemas poco o nada alterados aún por la mano del hombre. Como testigos de la historia pasada, presente y futura, los ecosistemas lacustres de alta montaña, son la representación más cercana y viva en nuestro ámbito geográfico de los efectos de las fuerzas erosivas de la naturaleza mediante los hielos glaciares que existieron durante el Pleistoceno.
