Thierry y Éric nunca habían prestado atención a aquella insignia que su amigo Andreas llevaba prendida en la cazadora, una más entre otra muchas. Hasta el día en que, en una tienda de videojuegos, el vendedor la señaló con el dedo. Era un anciano. Al descubrirla su puso a gritar, palideció. Luego les dio aquel juego y les ordenó. En la caja no había nada escrito. Dentro sólo había un simple disquete, ni siquiera un CD-Rom. Y sin embargo, lo que pudieron ver en la pantalla del ordenador superaba con creces sus más osados sueños.