Con su rostro colorado, cálido y apacible que irradiaba luz, el presidente Mao Tse-tung era una figura omnipresente en los pósteres de la propaganda china impresos entre el nacimiento de la República Popular, en 1949, y principios de la década de 1980. A su vez, esos pósteres tristemente célebres estaban en todas las casas, las estaciones de tren, los colegios, los periódicos, las revistas y dondequiera que hubiera ciudadanos chinos. El presidente Mao, apodado el Gran Maestro, el Gran Líder, el Gran Timonel o el Comandante Supremo, aparecía retratado como héroe histórico en todo tipo de situaciones (visitando fábricas, fumándose un cigarrillo con unos campesinos, junto al río Yangtsé en albornoz, a la proa de un barco o flotando entre un mar de banderas rojas), flanqueado por hombres de edad indefinida fuertes y saludables, y por mujeres y niños masculinizados vestidos con ropas holgadas, grises y asexuadas. El objetivo de tal imaginería era mostrar al pueblo chino el comportamiento que se consideraba moralmente correcto y cómo sería el brillante futuro de China si todos unidos seguían por el mismo camino hacia la utopía. Mezclando realidad y ficción al más puro estilo de la propaganda, los pósteres transmitían buenas vibraciones y parecían sugerir que Mao era un poder omnipresente que acompañaría a China en las alegrías como en las penas.
