Como cada viernes a las siete de la tarde, subía la cuesta de Eskurtze –quien la conozca sabrá cómo es de empinada– para acudir a mi clase de bailes tropicales. Y como cada viernes, iba con la lengua fuera y mirando al suelo… cuando me la tropecé. Literalmente, porque por poco me caigo. Pero entonces me fijé. Llevaba viéndola a diario durante más de medio siglo pero nunca había reparado en ella: todo un contrasentido. Pero aquel día no sólo la vi, sino que la atendí: oí su historia, sentí lo que ella había sentido sin que nadie se enterase y, ella, la BALDOSA, se convirtió en mi primera hija de papel De Bilbao de toda la vida. Ella me trajo a los otros, a sus colegas, a sus compañeros. Cada uno tenía una voz y un relato que contar. Y así, uno tras otro, fueron naciendo mis otros hijos de papel De Bilbao de toda la vida. No me atrevo a decir que prefiero a uno sobre los demás… sería impropio de una buena madre. Pero por si alguien siente la curiosidad de saber qué pueden decirle, ahí están todos, deseosos de que alguien les escuche…