Como toda práctica, el psicoanálisis implica la ética de una u otra manera. La noción de una práctica sin ética equivaldría a negar que se halle involucrado un sujeto. Más que Freud, Lacan ha buscado una ética del psicoanálisis y espera de ella (si acaso existe) que atraviese la culpabilidad y la libere. "Lo único de lo que se puede ser culpable es de haber cedido en su deseo", sostiene Lacan. Pero ¿es ésta la verdad del deseo? ¿O se trata, por el contrario, de un deseo: el de no ser culpable? En un tiempo en el que las formas de la obediencia, de no responsabilidad, de sumisión desubjetivante a los sistemas de poder, se han puesto al servicio de crímenes y hasta al servicio de la trivialidad del mal, ¿es posible dejar incuestionada el anhelo de desear sin ser culpable? Si bien el análisis ha podido, sin duda más que otros discursos, revelar la profundidad y los estragos de la culpa, ¿no es ella también el testimonio, la marca de los vínculos de cada uno con sus semejantes? El presente libro examina estos y otros interrogantes, en la convicción de que el psicoanálisis se ha convertido en un valor de conocimiento, crítico de muchos ideales e ideologías, un valor de memoria y de lo imborrable, vinculado así al Estado de derecho, puesto que las dictaduras y los regímenes totalitarios lo prohiben. ¿Acaso no debe el psicoanálisis reconocer que comparte estos valores con quienes los sustentan? Si el psicoanálisis lo niega, se pierde, se sectariza y se transforma en una ideología terapéutica.
