Iba muy bien, admirablemente bien, la venta de La mujer que murió de afán de vivir , pero sin embargo, Restrepo estaba triste. De un día al otro había comenzado a sentirse viejo, y la primera sensación de su vejez la tuvo una madrugada, cuando al dobler una esquina equívoca del antiguo Madrid, se sintió solicitado por una sombra goyesca en los siguientes términos: -¿Vienes, gordito?