Hijos de la pobreza, más allá de su preciso carácter a veces excepcional, estos muchachos viven noble, libre y relajadamente el día a día, provistos de un tesoro incalculable en vías de extinción y difícil de hallar en tan alto grado en los chicos occidentales: un tesoro que combina la alegría, la exaltación vital, el bienestar y la armonía interiores, la fluidez de movimientos, la sencillez, una picardía limpia, la falta de inhibición, la desenvoltura, la fruición del cuerpo, una indolencia envidiablemente suave, la relativización del tiempo, siempre disponible, la facilidad innata para improvisar motivos de disfrute...; y dotados, en consecuencia, de todo este arsenal que sin ellos saberlo han ido desplegando ante mí, de unos rasgos esenciales para las relaciones: la simpatía, la capacidad de comunicación sincera, la complicidad y la generosa cordialidad. El sabor del paraíso es un espléndido libro de viajes a través de África -Marruecos- y Asia -India, Nepal, Tailandia, Vietnam, China, Hong Kong, Japón y Filipinas- son la base del regalo espléndido que los muchachos de estos países hacen continuamente a los viajeros, sin esfuerzo ni cálculo premeditado: este festival impagable de sonrisas y miradas francas como las que he estado viviendo estas semanas, que iluminan sus rostros con un esplendor destellante y hechizan al que sin prepotencia de extranjero superior a ellos tiene el privilegio de acercárseles.