Pocos elementos del paisaje gallego resultan tan sugerentes y misteriosos como los castros. Testigos del largo período que comprende prácticamente toda la Edad del Hierro —su fin se sitúa en el siglo i después de Cristo—, los castros se extendieron por un área geográfica que va de Galicia a Zamora, pasando por el norte de Portugal, Asturias y León. En estos poblados fortificados, que constituyen la primera arquitectura doméstica gallega en piedra, vivieron pueblos ártabros, cáporos, cilenos, grovios… que poseyeron una estructura política determinada, adoraban a dioses conocidos (Coso, Rea, Bormánico…) y hablaban una lengua indoeuropea, probablemente celta. Esta palabra es clave y da paso a una polémica que parece no tener fin: ¿eran celtas los habitantes de nuestros castros?