Los seres vivos son complicadas máquinas y estas, a su vez, son unas ecuaciones matemáticas. Las plantas, los animales y el hombre precisan unos materiales para forjar su anatomía y una energía para su funcionamiento o fisiología. Los primeros los absorben de la tierra y la segunda, del sol, por medio de la fotosíntesis. Los elementos químicos y la fuerza solar tomados en su constitución o nacimiento son los mismos que los desprendidos en su descomposición o muerte. Las necesidades de los vivientes, materia y energía, se presentan escasas para tantos individuos: el producto de la necesidad por la escasez se llama economía o riqueza. Cuando uno de estos factores es cero, entonces no existe valor alguno, como ocurre con el oxígeno, lo más necesario, pero no escaso. Esta realidad obliga a la lucha por la vida y a acomodar la morfología del organismo para poder competir. Los que lo consiguen se perpetúan; los que no, desaparecen. Uno de los vivientes, el hombre-la mujer, con su autoconciencia, fruto de la evolución, es capaz de imitar la verdad de los seres mundanos por medio de la ciencia-técnica y de manifestarla y descubrirla por la música, la poesía... Si no hubiera que luchar, por ser todo abundante, los diversos seres vivos seríamos iguales. Esto no puede ni imaginarse. Es una conclusión puramente formal.