El acelerado crecimiento de la deuda pública, vía la colocación de flujos de capitales externos de corto plazo en valores y bonos gubernamentales en los mercados financieros internacionales, configuró una estructura económica frágil, ya que dependía de la permanencia y estabilidad de dichos flujos, los que a su vez, respondían a los altos márgenes de rentabilidad que ofrecía el país. En este sentido, esta nueva forma de endeudamiento del sector público tuvo las mismas consecuencias y efectos que el endeudamiento externo masivo de finales de los setenta: recesión, desempleo, reactivación de las presiones inflacionarias e inestabilidad cambiaria. Resultado, agudización de los viejos desequilibrios estructurales de la economía mexicana: creciente déficit público, deterioro de la cuenta corriente de la balanza de pagos, profundización de la heterogeneidad en el aparato productivo, polarización en la estructura productiva tanto sectorial como regional, y una alta concentración del ingreso.