Se trata de una de esas radicales maniobras de subversión de los géneros que resultan capaces de alumbrar un espacio nuevo. En primer lugar, por el rechazo de cualquier uso instrumental de la escritura: el genio lingüístico de Ullán da cuerpo a una lengua que se construye, con sintaxis asombrosamente versátil, en el vertiginoso cambio de registros, en una ironía corrosiva y leve, en el pautado saber de los silencios... Y, en segundo lugar, por el modo en que una abigarrada imagen de la sociedad actual en cuanto algarabía revela una mirada para la que todo es político –la ética, la estética, la evasión, incluso la política– a la vez que es personal, que ahonda en un pensamiento íntimo sobre la vida. Así, el espacio abierto por Ullán debe quedar sin nombre, pues, con palabras de María Zambrano, “no deseaba fijar todo aquello que ha de vivir sin sujeción, al amparo tan sólo de la frágil y movediza libertad”.