Enano y hermoso, precoz, homosexual, haría volar los avestruces. Quién sabe dónde. Era sólo el hecho, lo imposible, lo que contaba. Ver la bandada de aves privadas de vuelo estirándose en el aire para perderse en otro cielo y amanecer en otra historia. En otra humanidad que les permitiera alzarse por encima de nosotros. Los avestruces del señor España eran mi delirio. El principio y fin de mi talento, de mi precocidad. De tener quince años y poseer el mundo. Rehacerlo a mi manera y volverlo mi espejo antes de que lo inmarchitable abandonase mi rostro.