El paisaje y el clima se combinan en Madeira para crear una isla con un atractivo indiscutible durante todo el año. En invierno, mientras que el norte de Europa se estremece de frío, Madeira se mece bajo los rayos de un sol benigno; en verano, cuando el sol y el calor tornan árido el sur europeo, la isla continúa siendo un paraíso con una brisa impregnada del aroma de las flores. Viajar por Madeira es encontrarse con paisajes sobrecogedores: acantilados batidos por las aguas del Atlántico que se vuelven dorados al atardecer o valles como mosaicos de pequeñas terrazas esculpidas. Madeira nunca ha perdido su imagen de saludable retiro para aquellos de salud delicada; un lugar donde solía refugiarse la vieja nobleza europea cuando las circunstancias no le eran favorables y también el destino casi obligado de antiguos colonos británicos empobrecidos. Los viajeros más jóvenes no se sienten atraídos por una isla que no cuenta con playas ni vida nocturna; definitivamente no es un paraíso para los marchosos. Sin embargo, es uno de los destinos europeos con más atractivo. El paisaje montañoso y volcánico está esculpido en pequeños y profundos valles, cubiertos de una exuberante vegetación favorecida por el clima suave y benigno. La isla cuenta con una ingeniosa red de canales para la irrigación (llamados levadas) que se utiliza para traer agua de la zona húmeda hasta el sur, más soleado y seco. A lo largo de estas levadas se encuentran innumerables senderos que nos llevan hasta el corazón rural de la isla, donde la agricultura y la vida parecen inalteradas por las exigencias de la era industrial.
