Jeanne Proust había nacido en 1849 en una familia judía apellidada Weil, que, procedente de Alsacia y de Alemania, se había instalado en Francia hacía un siglo y conseguido, gracias a la Revolución, la carta de ciudadanía francesa de pleno derecho. Madre posesiva, omnipresente en la vida y también después de su muerte en la obra de su hijo, Jeanne lo protegió, educó e influyó mucho más allá de la imagen que nos deja el beso nocturno que el Narrador de A la busca del tiempo perdido exige de su madre.