El patio de una cárcel es un lugar adecuado para establecer una amistad, para volcarse con otra persona como si el mundo solo fuera un binomio de muros y complicidades. Así, la protagonista de Los que lloran solos aborda el relato de su propia vida junto a una confesora accidental que pacientemente la escucha. Dorotea, que así se llama, se acerca a otra reclusa en el patio para contarle cómo ha acabado ella en prisión y su hijo adolescente en un centro de protección de menores. A partir de esta complicidad, de esta estrategia narrativa, el lector de la novela se adentra en la trama de la historia. Es un texto que se mueve en registros líricos y trepidantes dotados de una factura precisa, de un calibrado milimétrico, de una dosificación medida. Los acontecimientos aparecen con la claridad de la flor de los magnolios en este monólogo áspero y tierno a un tiempo.