¿Cómo podemos disfrutar -desde hace ya cuatrocientos años- viendo a un hombre que, atravesando por una bala o un florete, se pone a entronar un canto de despedida en lugar de pedir ayuda? ¿O a una pareja de enamorados que susurra los más sentidos duetos de amor camino del patíbulo o agonizando? Así de extraña y misteriosa resulta la ópera, un género sobre el que todo el mundo parece tener una opinión, aunque no conozca siquiera su historia.