Don Francisco de Quevedo me dirigió una mirada que interpreté como era debido, pues fui detrás del capitán Alatriste. AvÃsame si hay problemas, habÃan dicho sus ojos tras los lentes quevedescos. Dos aceros hacen más papel que uno. Y asÃ, consciente de mi responsabilidad, acomodé la daga de misericordia que llevaba atravesada al cinto y fui en pos de mi amo, discreto como un ratón, confiando en que esta vez pudiéramos terminar la comedia sin estocadas y en paz, pues habrÃa sido bellaca afrenta estropearle el estreno a Tirso de Molina. Yo estaba lejos de imaginar hasta qué punto la bellÃsima actriz MarÃa de Castro iba a complicar mi vida y la del capitán, poniéndonos a ambos en gravÃsimo peligro; por no hablar de la corona del rey Felipe IV, que esos dÃas anduvo literalmente al filo de una espada.