Céleste Albert Trabajó en casa de Proust los últimos nueve años de su vida, en los que, ya gravemente enfermo, escribirÃa En busca del tiempo perdido. Pero fue mucho más que una mera sirvienta: su sensibilidad, su innata inteligencia y el enorme cariño y devoción que sintió por él la hicieron su única confidente, su acompañante más próxima -Proust sólo amó de verdad a dos personas en el mundo: a su madre y a Céleste, afirmarÃa el prÃncipe Antoine Bibesco -y un testigo de excepción. Cuando fianlmente, a los ochenta y dos años, consintió en publicar estas memorias profundamente conmovedoras, no sólo demostró la falsedad de las múltiples patrañas que corrÃan sobre el genial novelista, sino que nos reveló un Proust humano, entrañable y cotidiano que a no ser por ella jamás hubiéramos conocido.