No son del mismo mundo y, sin embargo, un extra帽o parentesco los vincula. En esto importan menos sus gustos sexuales que una inclinaci贸n semejante hacia los extremos, y el mismo desaf铆o a este principio supremo de la raz贸n que es la ley de no contradicci贸n. Su pensamiento, lo mismo que su vida, obedece no obstante a una coacci贸n implacable. Pero tienen el arte de hacer de la necesidad virtud y, para triunfar sobre la desdicha, una facultad que es una cuesti贸n de estilo. En esto la lengua los lleva con sus ambig眉edades, sus inversiones, sus equ铆vocos intr铆nsecos. Son perversos, y no en un mal sentido de la palabra; designamos con ella una habilidad particular para hacer uso de un poder que no es menos fundamentalmente humano, el de realizar el 煤nico milagro que vale la pena: transformar el sufrimiento en goce y la falta en plenitud. 脡sa es tambi茅n una de las vocaciones del arte; por ello han escrito tan hermosos libros.