Han sido necesarios largos siglos de sacrificios, sufrimientos y presiones continuas para que el trabajador haya podido, primero, implicarse directamente en su tarea y, después, conservar sus derechos con respecto a ella hasta el punto de definir un estatuto constitutivo de su identidad social. Sin embargo, en el momento mismo en que la civilización del trabajo, fruto de este proceso secular, parecÃa consolidada bajo la hegemonÃa del salariado y con la garantÃa del Estado social, el edificio asà construido ha empezado a tambalearse, haciendo que resurja la vieja obsesión popular de vivir al dÃa: en adelante, el futuro está marcado por el sello de lo aleatorio. En la actualidad la cuestión social parte del centro de producción y distribución de las riquezas, es decir de la empresa, y atraviesa el reino omnÃmodo del mercado. Por lo tanto, no se basa, como se cree comúnmente, en la exclusión, sino que se traduce en la erosión de las protecciones y la cada vez mayor vulnerabilidad de los estatutos. La onda expansiva producida por el derrumbe de la sociedad salarial atraviesa la totalidad de la estructura social y la conmueve de extremo a extremo. ¿Cuáles son, entonces, los recursos que deben movilizarse para hacer frente a esta hemorragia y salvar a los náufragos de la sociedad salarial?
