Cuando me pongo a escribir suelo hacer como Lope de Vega: guardar los preceptos bajo muchas llaves, a fin de que no interfieran en mi creatividad. Lo importante es tener algo que decir, y, por supuesto, saber cómo decirlo. Hay historias que funcionan en tercera persona, y otras en primera; hay poemas que pierden su sentido si van en metro largo, o si están muy apegados a una estructura determinada, y viceversa. Las obras de teatro necesitan mucha acción, movimiento, baile, y menos texto que antaño. Como mi creación literaria suele ser en la mayor parte de las veces para los niños, me interesa, y lo suelo tener en cuenta, la edad de los destinatarios. Porque no es lo mismo escribir para un niño o niña de cuatro años que para uno o una de catorce. Entre los cuatro y los catorce años se ha producido tal acumulación de datos, de sentimientos, de experiencias en las mentes de los chicos, que han cambiado sustancialmente. Temas, léxico, estructuras, han de ser estudiados con todo detenimiento, para adecuarlos a sus intereses, a sus necesidades, a sus fórmulas de vida. Y hay que estar muy atento a las nuevas formas, a las nuevas maneras, a las modas, en continuo cambio; a las transgresiones del lenguaje, del orden, de la moral. Lo que hace tres años interesaba, ya no interesa hoy. El cantante que adoraban ayer, ha pasado al olvido más absoluto; los videojuegos y las películas se hacen viejos en cuestión de meses, y a veces en cuestión de horas. Antonio Gómez Tebra.