Pocas mujeres de este siglo han alcanzado la categoría de mito, por no decir de casi-diosa, como la rusa Elena Diakonova, más conocida por el nombre familiar de Gala. Pero paradójicamente pocas han permanecido tan ignoradas, coonsecuencia quizá de su carácter orgulloso y hermético. Casada muy joven con Paul Eluard, el gran poeta francés, y más adelante con el no menos grande pintor español Salvador Dalí, tuvo un gran número de amantes, algunos de ilustre apellido en el panorama artístico de su época, así como continuos amores y aventuras más o menos breves. Fue ángel para algunos y diablo para los más, de una crueldad y un egoísmo exagerados, aunque también tierna y sensible en ocasiones. Reconozco la fascinación que ejerce sobre mí la figura de ese ser de ojos color miel que parecían atravesar los muros, y cuya inteligencia y juicio crítico fueron fundamentales en la difusión de la obra de Dalí y a la que pedían su opinión en París todos los componentes del grupo surrealista. En el célebre cuadro de Maux Ernst Reunión de amigos, es el único personaje femenino que aparece junto a los artistas. Echada frente al Mediterráneo, al amanecer, contemplando el primer rayo de sol que se filtra entre las rocas de una de las bahías más bellas del mundo, esa joven-anciana, preguntándose anhelante lo que le deparará el porvenir mientras evoca su pasado, me parece una visión perturbadora y enternecedora. Casi una diosa es, pues, un puzzle en el que con total libertad de tiempos y espacios, se intenta, con reflexiones y situaciones reales, levantar, aunque sea levemente, el velo del enigmático comportamiento y del difícil mundo interior de esa compleja y atormentada mujer universal que fue Gala Diakonova.