La impotencia del hombre ante su destino, la tenaz lucha entre la vida y la muerte, la belleza destruida, la esperanza insaciable cuando nos palpamos el cuerpo, las interrogantes del poeta y sus palabras cargadas de vanidad, el miedo a que éstas configuren un espacio nuevo y lo transciendan con una resonancia sincera. El espectro de lo desconocido, el socorro del recuerdo, los sueños que reviven nostalgias, el lloro ante lo inevitable, la cicatriz del tiempo y el deseo, que como las horas inertes del pasado, aún con miedo, aférranse a los días venideros. Pero el poeta, como la alegría en su lucha con la desdicha, no se abandona ni nos olvida en ese silencio infinito que reclama la poesía. Se confabula con las palabras y su terco sentimiento, y nos recita con voz sesgada el aliento del sonido más lento: la agonía del silencio, dulces palabras si las mece el viento.