Hoy sabemos que los evangelios se escribieron desde la fe y para la fe: aquel a quien los discípulos acompañaron hasta su muerte se había convertido para ellos en el Hijo de Dios resucitado. Entonces emprendieron la tarea de anunciar el advenimiento de la novedad radical que había acontecido en aquel hombre. Por eso sigue siendo tan importante recuperar las palabras y los gestos cotidianos -humanos, simplemente humanos- del Hombre que evangelizó a Dios, que dio definitivamente un rostro distinto a Dios, que dice y muestra a Dios como nadie lo había hecho hasta entonces.