Las actuales posibilidades de acumular información, las nuevas y poderosas herramientas de comunicación y de saber --como el creciente fenómeno de internet--, el teclear frenético en busca de lugares de encuentro y distracción, los chats... ¿Son síntomas de alejamiento de la lectura reflexiva? ¿Convierten la conversación en ruido ? ¿Nos hacen perder la capacidad de ensimismamiento, desconocer el placer de estar solos? Interrogantes similares están en el origen de las interesantes reflexiones de un sabio cisterciense del siglo XVIII, Juan Crisóstomo de Olóriz (Zaragoza, 1711-1783). En el siglo de las pelucas y de los salones, en el siglo que hizo un arte de la relación social y de la conversación y vio el nacimiento del periodismo, un hombre de letras medita sobre los beneficios de la soledad y los inconvenientes del trato humano. En la senda de Góngora, cuando lamentaba el exceso de escritos con que mentecatos, charlatanes y desocupados gastan en salvas impertinentes la pólvora del tiempo, un sabio actual, Julio Caro Baroja, gustaba de citar este tratado injustamente caído en el olvido. Su excelente Índice de las cosas más notables de este libro nos ayuda a navegar por el caudal de erudición y de citas clásicas del texto. Si el lector hace el esfuerzo de cruzar el umbral del estilo literario y la erudición dieciochescos, hallará en el desencanto y en las consideraciones de Olóriz, no exentas de amargura, la semilla de una sabiduría antigua: la que reflexiona sobre el hombre mismo y sobre la vida en sociedad .
