Requiem presenta el destino de Wallenstein como la encarnación de una época cuya espina dorsal eran la pompa y la suntuosidad, pero en la cual nadie tenía segura la cabeza sobre los hombros. Equivalente a un retablo cuyas tres escenas se centran cada una en un aspecto, presenta por un lado el valor y la fidelidad indefensos ante la traición, por otro el papel del culto divino, que acaba por revelarse escena diabólica, como envoltura de ciertas acciones asesinas, y finalmente, la fruición por las postrimerías, el recrearse en lo escatológico: la majestad de la muerte y su violación, como blasfemia provocadora e impune frente a la piedad real que es práticamente ignorada...La maestría de Durych pasa por la imagen y por ese ritmo de la prosa, una prosa próxima a la poesía, toda ella metáfora y sugerencia.