Hoy estamos inmersos en una modernidad extremamente dinámica, en un permanente tiempo de tránsito. Este movimiento acelerado, pero romo en lo concerniente a la propuesta de alternativas, que ha anegado todas las circunstancias vitales, rige también para nuestra contemporaneidad, con un cambio semántico que de continuo deja atrás y sin resuello a los instrumentos lingüísticos. Incluso hay una tendencia a separar como períodos autónomos la Modernidad clásica de la tardía y hasta se multiplican las épocas y se habla de la era de la información, nuclear, digital,…, espigándose determinados acontecimientos como cesuras o hitos históricos. Una buena parte de nuestro patrimonio lingüístico (los conceptos fundamentales de nuestro presente) no queda consignado en los diccionarios histórico-conceptuales canónicos. Si para éstos eran importantes los singulares colectivos terminados en–ismo, ahora aparecen, además, otros sufijos con connotaciones procesuales: digitalización, globalización, modernización,…Progreso, revolución e historia eran conceptos emblemáticos ahora arrollados y fagocitados por el de innovación. La hiperinflación del prefijo pos- (pospolítica, posdemocracia, poshistoria, posfactismo,,,,) delata la tecnificación de la res publica.Nos enfrentamos a un fenómeno complejo y aporético, a una especie de trasto...
