Sin que nos hayamos percatado del to-do, un nuevo hombre ha hecho su apari-ción. Año tras año ha reemplazado al hombre tal como lo habíamos conocido hasta entonces, ese hombre cuya forma se fue diseñando entre Platón y el siglo XX, pasando por San Agustín y Descartes. Nadie había imaginado a este hombre; no fue conceptualizado por ninguna utopía; ningún horóscopo tuvo el acierto de pre-decir su advenimiento; su gestación no fue objeto de ningún anuncio. En síntesis, él no es el final de ninguna esperanza. Su nacimiento no fue deseado. Y, sin embar-go, ahora y en diversos grados somos él: un ser en el que el YO ha sido absorbido por el propio cuerpo. Lo hemos bautizado Egobody