Concebir la vida como un teatro y la sociedad como su puesta en escena más acabada es una de las imágenes que ha acompañado la cultura occidental. Una aportación que sin duda habremos de agradecer al siglo XX, y más extensamente al período de la Modernidad, es haber elevado dicha imagen a objeto de investigación científica, mostrando no solo abierta sino «razonadamente» las bambalinas que sostienen la representación de cada identidad, de cada historia, también y sobre todo de la historia de Occidente y de su impresionante puesta en escena de la razón y la sinrazón. El proyecto estético de Miguel Romero Esteo , animado por un profundo sentido de la teatralidad, constituye un capítulo difícil de la historia cultural de España. Podría pensarse que la originalidad —unánimemente aceptada— que caracteriza su producción fuera producto de un azar histórico, rara avis en el horizonte cultural que le ha visto nacer; sin embargo, la coherencia que sostiene toda su obra hace suponer más bien lo contrario, es decir: la posibilidad de explicar su génesis y evolución como respuesta, ciertamente compleja, al contexto histórico del siglo XX, escenario de múltiples teatralidades con las que entabla un diálogo siempre difícil, expresado a través de un lenguaje único en el que logra cifrar la diferencia específica de nuestro presente. Son esas obras que a menudo parecen ajenas a su período las que en ocasiones se muestran más profundamente imbricadas en ese mismo tiempo. Es también esa intensidad en el diálogo con su presente el que le otorga la fuerza para proyectarse hacia otros «presentes», otros tiempos y espacios que terminan otorgándole a un autor la condición de «clásicos».
