"Hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace". LLevar a la práctica todo cuanto encierra esta máxima, aparentemente tan sencilla, requiere un temple humano, una fe y un amor a Dios y a los hombres que muy pocas personas poseen. Pero esas personas existen, y el pueblo sabe descubrirlas. Porque es el pueblo -el pueblo madrileño concretamente- el que ha sabido ver el dedo de Dios en el P. Rubio. Y lo ha canonizado, con su devoción y con su afecto, mucho antes de que la Iglesia "oficial" declarara las "virtudes heroicas" que concurrieron en aquel sacerdote de aire tímido y corazón grande que, sin hacer ruido y entregándolo todo, ha merecido ya, a menos de 60 años de su muerte, el título de "beato", es decir, bienaventurado, eternamente feliz.