Pierre Klossowski se ha querido expresamente enigmático. Ha puesto su obra como en un espejo encargado de devolver su enigma: redoblamiento del enigma de un pensamiento comunicado tanto con palabras como con imágenes, deliberadamente desdoblado en libros y en cuadros. Libros que por su parte se reparten en ensayos y ficciones, cuyos contornos a su vez se desdibujan para producir, por ejemplo, un «falso estudio» sobre Nietzsche o mostrar la «presencia real» del signo único que en la ficción que lo contiene toma el nombre de Roberte. Cuadros de morosa factura (figuras de tamaño natural dibujadas con lápices de colores) que a su vez siempre quedan lejos de entregar su secreto último y que se entregan ciegamente a la tarea de crear fantasmas que entran en «muda conversación» con su contemplador para hacerle ver lo que en ningún caso alcanzaría a poder ser dicho. Abierto todo ello a un reino de simulacros, donde, poniendo en comunicación el cielo y la tierra, se insinúan dioses muertos de risa, demonios mediadores que inflaman los deseos de los hombres dándoles cuerpo y palabra y hombres alternativamente mudos y ciegos, llamados a decir lo que no pueden (no) ver y a ver lo que no pueden (no) decir. Este libro orientado hacia unas iniciales (P. K.) se propone también como una especie de iniciación a la obra y el pensamiento de Pierre Klossowski. No está dirigido, sin embargo, ni a desentrañar un misterio ni a proporcionar una clave de lectura o de interpretación. De inicio, simplemente pretende proporcionar un señuelo, un reclamo, gracias a los cuales cupiera que se despierte en el lector una curiosidad invencible por penetrar en el pensamiento de uno de los más singulares autores del siglo XX.