El viaje de la sangre es el itinerario del deseo que habita en lo profundo de todo ser: de volver a la tierra virgen que una vez fuimos, antes que las tinieblas impusieran su sello sobre nuestros pasos. Es natural que el nacimiento de un hijo marque el comienzo del viaje -dar a luz para ser / a través tuyo iluminada-, que sea ese el umbral desde donde observamos la herida que llevamos a cuestas -en la proteína de tus células / late el pecado que heredaste / original y específico-. Una madre se deja sorprender por los gestos de su hijo, vislumbrando el misterio que se encarna en la sencillez de sus ocurrencias; anota las estaciones de su crecimiento en una bitácora que sigue el ritmo del cultivo de arroz, descubriendo que las temporadas no siempre son iguales y que el amor graba sus códigos arcanos / en la genética molecular de cada persona. Observar a su hijo que crece, transforma la topografía interior de la madre, que remonta los afluentes de su sangre en busca de redención. El viaje la lleva a expandir su maternidad al otro lado de los barrotes para romper las cadenas de los encadenados con la poesía que lima y pulveriza / los estratos de culpa endurecidos / coraza del grano luminoso. Así se desenlaza este mapa poético tierno y áspero, palpable y místico, terrenal y cósmico, mítico y, finalmente, religioso. Todo converge hacia una recapitulación inesperada donde estalla el sentido, o la comprensión generadora de sentido.
