Es ésta la última ópera que Mozart escribió antes de su temprana muerte, en 1791. Aunque la crítica coincide en pensar que rebosa alegría y optimismo, Giménez-Frontín intenta ir un poco más allá e indicar la atemporalidad de la fábula, con temas tan importantes como la búsqueda del amor y del conocimiento, la amistad, los conflictos de conciencia que derivan de un mundo escindido en dos bloques políticos e ideológicos al parecer irreconciliables que, en la obra, se encarnan en el enfrentamiento padre-madre por un lado, y entre generaciones por otro. También hay que tener en cuenta el momento en que se publica esta ópera: Europa vive un momento convulso con la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de los revolucionarios franceses y está escindida en dos frentes ideológicos, la Ilustración y el Absolutismo. Jiménez-Frontín respeta los elementos más profundos y atemporales de la historia, recreando con toda libertad situaciones, lengua y contexto.