La última clase de Deborah Sykes ha terminado. La noche es desapacible; llueve con fuerza y las rachas de viento doblan los paraguas y las ramas de los árboles. Al acercarse a la estación frÃa y solitaria, oye ruido de cristales rotos. Se da cuenta que no está sola. Al otro lado del andén adivina la figura de un hombre. No quiere dejarse dominar por el temor, pero no consigue alejar de su mente los terribles asesinatos que desde hace dÃas se producen en la zona. Justo en ese momento llega su tren y, súbitamente, s esiente aliviada. Pero su tranquilidad durará poco...