Lo sorprendente, lo casi inaudito, es que, aun concebidos a lo largo de casi veinte años (1976-1995), configuren una narración tan asombrosamente coherente. En efecto, aunque cada relato tenga su propio ritmo, su propio tratamiento, en todos ellos, como estribillos de la memoria de la infancia , aparecen personajes, lugares, palabras y situaciones recurrentes, que se enriquecen y se explican mutuamente. Fuego de marzo cuenta la experiencia de un niño de entre diez y trece años que, guiado por su mirada inquisitiva, nos conduce por el memorial de sus descubrimientos . Descubrimiento de una manera de ser y de sentir; descubrimiento de la diferencia social, emocional, erótica, estética, familiar, racial, vital; descubrimiento, al fin, de las quemaduras producidas por un tiempo terrible y piadoso como el fuego de marzo .